Cuento: Dos cafés y un tostado
Me querÃa, lo querÃa, nos querÃamos, pero no era suficiente, no alcanzaba con sus besos, con sus caricias, ya no alcanzaba. Me exasperaba, me irritaba, me volvÃa loca, me ahogaba.
           Eran las siete, estaba tardando mucho, lo habÃa citado en un café al que nunca habÃamos ido juntos, ajeno a nosotros, ajeno a los recuerdos. Tardaba y era cada vez peor, me aturdÃa, me tropezaba con mis propios pensamientos, su bufanda, esa bufanda que nunca más se habÃa sacado desde el dÃa en que se la habÃa regalado, ese maldito dÃa, para qué se la habrÃa regalado, azul, a rayas, gastada, eternamente larga. Y su respiración, monótona, constante, inalcanzable. Era torpe, atolondrado.
SalÃamos hacÃa tres años, lo habÃa conocido una noche inesperada en una fiesta, me miró, lo miré, fue mágico por un instante que pareció durar toda la eternidad, pero no lo fue. Nos chocamos, nuestros tragos se derramaron, él trató de limpiarme, nos rozamos, como en esas pelÃculas que tienen finales felices.
Su voz, antes simpática, se me habÃa tornado aburrida, sin gracia. Mientras lo esperaba pensaba, confundida, en todo lo bueno que alguna vez habÃa visto en él. Por fin llegó, con su bufanda azul, a rayas, gastada, linda, la que le habÃa tejido yo y siempre usaba para estar más cerca de mÃ, le quedaba bien. Ãl estaba más lindo que de costumbre, con un dejo de incertidumbre en la mirada, cuando lo habÃa citado habÃa sido frÃa con él, no deberÃa entender qué pasaba. Lo vi en la puerta del café, no lo llamé enseguida, él no me encontraba, lo miré por un rato, se chocó con una silla y ni se dio cuenta, me causó gracia, sonreÃ. Me buscaba entre la gente con ansiedad, me causó ternura, agité la mano y por fin me vio, sus ojos se llenaron de alegrÃa, los mÃos también. Se sentó junto a mÃ, me besó, me acarició, era tierno, cariñoso. Comenzó a hablar sin dejarme decir una palabra, su voz era la de siempre, ya no me molestaba tanto. Mientras hablaba, imaginé mi vida sin él y por un instante sentà un vacÃo tan grande que me dio terror. Respiraba agitado como siempre, quizá más aún que de costumbre, sabÃa que parte de esa ansiedad en él la generaba yo, me sentà bien. Me tomó de la mano, terminó de hablar y me besó, yo le conté de mi dÃa y al pasar dije que habÃa elegido ese café para cambiar la rutina, sonrió, Ãl no pregunto el por qué de la cita repentina y apurada, yo no dije nada, los dos hablamos como si yo nunca lo hubiera llamado y le hubiera dicho "necesito hablar con vos". Pidió dos cafés y un tostado, siempre tomados de la mano, siempre mirándonos.
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Me querÃa, lo querÃa, nos querÃamos.