Desarmando el prejuicio: Fútbol, Xenofobia, Racismo y Discriminación

style="float: right; margin-bottom: 10px; font-weight: 600;"Mon 1st Sep, 2014

Discriminación Monumental

 

Para todos los futboleros existen momentos que quedan grabados en la memoria para toda la vida. En mi caso, recuerdo con exactitud la primera vez que fui con mi viejo a la cancha, a mi en ese entonces no sé por qué, Monumental querido.


Fuimos a la popular, ya que la platea además de ser cara, era considerada por mi viejo como el lugar donde iban los homosexuales y la gente de vida licenciosa*.

Recuerdo la ansiedad que sentía mientras caminaba a pasos demasiado rápidos los últimos metros antes de llegar a ver el verde césped. Ahí, me sentí libre por primera vez en mi corta vida. Apenas lo vi, alcé la mirada hacia la tribuna visitante y agitando mi bracito derecho lancé una catarata de insultos hacia los rivales, inventándoles vicios y defectos de su personalidad, criticando sus preferencias sexuales e insultando a sus madres, esposas, hijas y mascotas, todo bajo la atónita mirada de mi viejo que no entendía dónde había aprendido semejantes palabras con tan solo 9 años.

 

Lenguaje de cancha 

Mi única excusa era que estaba en la cancha, y ahí sí estaba permitida toda esa vorágine de insultos que los adultos me obligaron a reprimir durante años, ya que, según sus retos cada vez que gritaba o decía alguna palabrota, la cancha era el único lugar adecuado para hacer esas cosas.



Y este recuerdo se me vino a la mente porque el otro día tuve la oportunidad de ser testigo de la misma situación y pude apreciar cómo es el comportamiento de las nuevas generaciones respecto de los insultos; aunque en este caso la situación es bastante diferente ya que existe la imposibilidad de que asista un público visitante al que insultar (medida que han tomado unos genios incorruptibles de moral impoluta y que sirvió para desterrar para siempre la violencia en las canchas argentinas).


Fue así, que a los 20 minutos de comenzado el partido, toda la parcialidad local comenzó a entonar el tradicional cántico ofensivo hacia los rivales de siempre,
acusándolos de morochos homosexuales provenientes de países limítrofes; obligando al árbitro a suspender momentáneamente el partido, lo que ocasiona el efecto indeseado de incitar a la gente a seguir cantándolo aún con más fuerza y ánimo. El chico miró a su padre y preguntó por qué habían dejado de correr los jugadores.

 

Mi curiosidad me impidió prestar atención a cualquier otra cosa, quería oír esa explicación.

Es porque están cantando cosas muy feas y ofensivas -respondió el padre. ¿Porqué están diciendo que los hinchas de Boca son morochos y homosexuales? -retrucó la criatura, que usando su lógica de pensamiento le pareció ilógico que el insulto haga referencia a su nacionalidad.

El padre rió y se le notó en la cara un gesto de no saber cómo continuar la explicación, o en este caso, no saber cómo transmitirle el prejuicio xenófobo a su
hijo. No, es porque los están tratando de bolivianos y paraguayos -respondió mientras la tribuna cantaba cada vez más fuerte. El chico lo miró con cara de no entender y entonces preguntó si era feo y ofensivo ser de Bolivia o Paraguay.

 

Se encontraba en una situación paradójica, donde primero debía enseñarle el prejuicio de que algunos argentinos consideran inferiores a los bolivianos y paraguayos porque somos muchos más lindos, para luego enseñarle que eso es una tontera, que no es así y que está mal tener ese prejuicio. Educarlo mal, para poder corregir esa mala educación.

De esta manera, mañana le enseñará al chico que los musulmanes son todos terroristas y que al mismo tiempo, eso está mal.

Quizás, aprovechando que al chico "todavía" no le parezca lógico que la nacionalidad sea considerada un insulto por una sociedad tan progre, una buena respuesta hubiese sido desconocer el por qué de la suspensión momentánea del partido; pero el padre trató de seguir con su mala educación.

No, claro que no -respondió dándose cuenta del berenjenal donde se había metido. ¿Y entonces? -retrucó el niño confundido.

Lo que pasa es que hay un prejuicio, una creencia popular de que los argentinos somos mejores que las personas de esos países, ¿entendés? -siguió explicando el padre. Ah, si los morochos homosexuales son de Ecuador o Francia no es lo mismo -respondió el chico, al que se lo notaba entusiasmado por la libertad de poder repetir esas palabras que él creía eran insultos y que ahora no parecían tan ofensivas. Claro -respondió el padre deseando el fin de las preguntas. Pero el chico no podía disimular su insatisfacción por la respuesta.

En ese momento, apareció como de la nada un ángel salvador que también había escuchado la conversación previa. Ese ángel tenía el cuerpo de un boliviano con la camiseta de River y con su acento inconfundible dijo: "lo que pasa es que para mí es un insulto que me digan que soy hincha de Boca, entonces el referí para el partido hasta que dejen de insultarme." El chico se lo quedó mirando unos segundos y luego miró al padre que asintió con la cabeza. Ah! Claro -exclamó la criatura a la que finalmente todo le pareció muy lógico y simple. En ese momento se reanudó el partido; la gente empezó a cantar "vaaaaamo River Pléi!" y todas las miradas volvieron al campo de juego.

 

Me quedé mirando al chico y envidiando su inocencia. A veces me gustaría volver el tiempo atrás para ver cómo era yo antes de tener la cabeza tan podrida, tan viciada por todas las genialidades culturales con las que uno crece y que resultan imposibles de evitar. Me pasé el resto del partido pensando en esto y tratando de ubicar dónde había ido el ángel boliviano, pero jamás lo volví a ver.



* Ciertos términos y expresiones fueron sustituidos por otros menos ofensivos con la simple intención de no hacer de este escrito un compendio de insultos y feas palabras (malas palabras son "guerra", "hambre", "ignorancia" o "daños colaterales").


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