Cuento Ilustrado: Hacer Agua

style="float: right; margin-bottom: 10px; font-weight: 600;"Tue 7th Oct, 2014

Un ruido conocido. El pesado portón corredizo que cruje una vez más. Apago la tele y me hago el dormido. Luego de bajarse del auto y mirar su cantero de margaritas, ridículo a esta hora, ella recorre su camino habitual hasta la cocina. Hace lo de siempre, revisar el tacho de basura en busca de restos de golosinas. Restos de los paquetes, restos de los restos en realidad, más cualquier data que le informe cuanto he malcriado a su hija menor. Si quiere que la trate con espíritu verde que no me la deje toda la tarde y noche a mi cargo, pienso. Es así, a ella le sale una producción y la casa se ve revolucionada por completo. Yo pierdo mis clases de remo, la posibilidad de extraviarme con Juana en el río y ella pretende que me quede a cuidar a Elisa y encima que no la soborne con huevitos kinder.

Elisa es mi hermana de tres, Juana es mi novia hace un año, Mirta es mi madre juvenil, sólo trece años mayor que yo, quien recorre la casa arrastrando sus alpargatas chinas de vuelta para la cocina. Lava mi vaso de Coca vacío. Es bueno que haya un solo vaso porque si fueran dos, ella supondría que le di a Elisa ese inmundo líquido color caramelo que seguro le arruina la vida a la chiquitita para siempre. De hecho, nunca le doy Coca a la chiquitita pero prefiero que Mirta dude.
Vivimos cerca del río hace generaciones, pero yo debo ser el primero que rema y que tiene alguna relación con el agua. En mi familia dicen que es igual a cuando te terminás de hacer la pileta: nunca más la usas. Creemos que el primero que se mudó cerca del río fue por eso, para estar cerca del río, pero hoy no estamos tan seguros. Menos mal que a veces al río se le da por subir y recordarnos (a mí no me hace falta) su poderosa presencia.

Lo mejor de la rutina del regreso con culpa de Mirta es el final. No le importa que esté o no despierto. Ella viene hasta mi cama y me zarandea del brazo para preguntarme cómo se durmió su chiquitita. Sí: no a la mañana siguiente con el desayuno hecho y una sonrisa, sino en medio de la noche me despierta, con aliento a faso y café, y me pregunta inquisitiva, como si yo la hubiera dormido a la chiquita con barbitúricos.
Finalmente esta noche Mirta me sorprende, no me pregunta por la chiquitita, me comenta que va haber dos días más de retomas y que no me olvide de cancelar la clases de remo bien temprano. ¿No me lo podrías haber dicho mañana con el desayuno?, pregunto con coherencia de insomne. No, responde, ahora me vuelvo a la locación. No le creo pero la dejo ir. Ésta tiene un macho, me digo sin mucho convencimiento, e intento dormir para soñar con Juana.

Para mí pasaron minutos pero por el color del cielo está casi amaneciendo. Elisa consiguió despertarme después de no sé cuanto tiempo de tirar de la manga de mi remera. La veo agarrada a su osito de peluche, casi a punto de llorar. "Me hice pipí". Instintivamente le toco la bombacha pero está seca. "¿Te parece?", le pregunto, "Sí, mirá", me dice señalando el piso. Bajo mis pies fuera de la cama y se sumergen hasta el tobillo. La subo a Elisa y la tapo con la frazada como si eso pudiera resguardarla de algo, busco mis botas de goma, la linterna y me dispongo a salir a observar los daños. "No me dejes sola", implora Elisa y la subo sobre mis hombros.

La colección de sandalias chinas de Mirta flotan living abajo en busca de un cauce que no existe. La luz de la linterna comienza a extinguirse y la fuerza que ejerce el agua contra la puerta de entrada me hace imposible abrirla. Salimos por la ventana: la oscuridad es parcial y no sé cuánto hace que está lloviendo. Busco el bote en el cobertizo, y en segundos estamos en el medio de la calle dejando que la corriente nos lleve.

Amanece y abrazado a Elisa, que ya parece entretenida con la odisea, empezamos a ver las siluetas recortadas de los autos hundidos. Flotamos sobre los ligustros que dividen la casa del vecino de la calle y poco a poco nos deslizamos hasta el medio de su jardín que reposa más de un metro debajo nuestro. Quedamos con la proa en dirección a las ventanas del primer piso de la casa, vemos que las cortinas se mueven y abren para dejar pasar la luz, parece el telón de un teatro donde ponen una obra que no vamos a querer ir a ver.

Ulises, nuestro vecino, aparece con el torso desnudo, desperezándose, completamente ajeno a la inundación y a nuestra presencia, hasta que la extrañeza de lo que está viendo sin ver se le hace presente. Nos mira y mira para dentro del cuarto y vuelve a mirarnos azorado y vuelve a mirar para adentro y algo parece decirle a alguien que no llegamos a ver. Esa persona oculta aparece para que lo obsceno se haga escénico: es mamá, con una remera que no es suya, mal puesta. En este punto la llamo "mamá" y no Mirta como siempre, no sé por qué. Ella parece estar llorando pero Elisa la saluda, agitando sus manos, con absoluta alegría, tanta que parece una colona de la gran inmigración, que llega a nuevo puerto y se encuentra sin esperarlo con un alma conocida.


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