Cuento Ilustrado: Capitán Cook
De tanto en tanto se me daba por enamorarme. Pero mi timidez siempre me jugó en contra. Era Rómulo el simpático y el ganador de la familia. A mis hermanos varones y a mà siempre nos quedaba comer de las migajas que él dejaba. Ãramos nueve: una mujer, Eliza, siete varones, y Rómulo, nuestro superhombre nietzscheano. Nuestros nombres eran todos comunes salvo el de él. Mis padres debieron haber presentido algo. Por eso yo era Juan, uno de los otros siete, y él Rómulo el prÃncipe bienamado.
No supe bien por qué: si para diferenciarme de los otros siete o por haber asumido que Rómulo iba a ser imbatible en cualquier terreno en el que se planteara una competencia: nunca lo tuve claro, pero un dÃa empecé a disfrazarme de mujer. No tenÃa ninguna intención de que nadie se enterara de mis deseos en mi casa: asà que cuando empecé a robarle las bombachas a Eliza, tomando todos los recaudos posibles. Las escondÃa en la caja del microscopio que mi padre, un desapegado biólogo, nos habÃa regalado. Me encerraba con llave en el altillo de la casa que nadie usaba y me pasaba horas mirándome al espejo. Un dÃa mi padre quiso usar el microscopio y encontró una bombacha de Eliza. Nos juntó a todos alrededor de una mesa donde estaban los dos objetos acusatorios. El microscopio que habÃa alejado a nuestro padre de su familia y la bombacha desafiante. Ante nuestro absoluto silencio, no pudo sacar ninguna conclusión. Rómulo con su poder especial se dio cuenta de algo. Me miró de manera determinante: una sola mirada que significó el fin de mi época travestida.
No por eso dejé mi vida femenina. Empecé acercarme a mamá y a las tareas de hogar. Me gustaba limpiar la ropa, plancharla, doblarla y acomodarla en cada cajón de cada cuarto. Eso me daba la oportunidad de estar en contacto directo con la bombachas de Eliza. O probarme los anillos de mamá, uno en cada dedo, a una velocidad superlativa, sólo para mirarme las manos. En cada anillo veÃa la cara de mis hermanos, extrañamente a mi disposición, todos menos Rómulo. Me habÃa conformado con esos pequeños micro-orgasmos infinitesimales y me llevó bastante tiempo darme cuenta del error y de la pérdida de tiempo. Por eso finalmente empecé a cocinar con mamá.
No me costó superar sus cuatro platos básicos: carne al horno, fideos con tuco, pollo al asador, budÃn de espinaca. Logré mi personerÃa familiar con mi primer plato propio: Lasaña de vegetales con salsa de hongos. Todos me felicitaron, hasta Rómulo. Y ese fue el dÃa que mi padre me bautizó como Capitán Cook, apodo que todavÃa me acompaña. Pero lo mejor de esa noche pasó después de la cena: antes del amanecer, Rómulo, al que supongo le habÃan caÃdo mal los hongos, vomitaba sin parar en el baño. Me acerqué en silencio, le acaricié la cabeza con mucha dulzura, y cuando quise buscar algo para limpiarle la boca me distraje con una bombacha de Eliza que colgaba húmeda de la canilla de la ducha.