Cuento Ilustrado: Una señal
Voy parar de pensar por un rato. No puedo, la música es un desastre y vine con Natalia. A quién se le ocurre intentar salir de la depresión recorriendo bares con su hermana. Aunque dejé de fumar sigo llevando el encendedor a todos lados. Lo prendo y soplo compulsivamente. Vamos, digo, y Natalia, como está en plan acompañante terapéutico, se levanta del puff como un resorte. ¿Adónde? A cualquier lado... donde quieras... ¿Tenés hambre? No, pero te acompaño. ¿Choris en la costanera? Bueno.
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           De noche, el rÃo esconde muy bien su marrón y bien podrÃa ser azul Danubio, pero a quién puede importarle eso hoy. Si pudiera ser un poco como Natalia... Está gordita, pero no le importa nada y te invita a comer choripanes a la costanera. Un poco de esa actitud me hubiera simplificado la vida. La misma actitud que ya tenÃa de chica, como cuando me obligo a tirarme al rÃo profundo con ella, aunque ninguno de los dos sabÃa nadar.
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           Dicen que mudanza, pérdida de trabajo y divorcio son los tres mayores factores de stress. Cuando sufrÃs los tres al mismo tiempo es difÃcil quedar bien parado. Estoy en esa situación de fragilidad infantil que me lleva a querer ver en hechos casuales signos metafÃsicos para solucionar mi vida: gatos negros que cruzan sin mirarme, ambulancias con luces de freno que fallan, autos fúnebres o autos con novias o cumpleañeras de quince. Cualquier cosa que se me cruza quiero darle poderes para mi recuperación o para acelerar mi caÃda.
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           Me siento de espaldas al rÃo y miro la avenida. Cada vez que el semáforo se pone en rojo miro a los autos detenidos creyendo que me están diciendo algo. Pero lo único que pasa es que Natalia se levanta hasta la parrillita para pedir otro choripán. Las señales siempre fueron esquivas para mÃ: si no, me hubiera percatado de que me estaban por echar y que eso iba a hacer que mi mujer me abandonara y que eso a su vez me obligarÃa a abandonar la casa que todavÃa no terminamos de pagar...
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Me doy vuelta buscando a Natalia porque siento que ya tardó demasiado y la veo riéndose con el parrillero porque el fuego se le fue de las manos y la llama traspasa a los choris y los patys. Van a quedar carbonizados, pienso, cuando la llama sigue creciendo y empieza a quemar el cable de la lámpara improvisada que iluminaba la parrilla. Retrocedemos por reflejo y en pocos segundos el kiosco entero se prende fuego. Nos sentamos en el borde de la baranda de cemento que da al rÃo y miramos el espectáculo espontáneo. Llegan los bomberos y la policÃa. Pienso que los policÃas le dicen Natalia Natalia a los NN desconocidos y me rÃo por primera vez en meses pensando en la duplicación de mi hermana. Me rÃo por primera vez en mucho tiempo. Mi Natalia me codea y por lo bajo me dice, mientras miramos las llamas que se niegan a darse por vencidas: Eras vos el que querÃa una señal, ¿no es cierto?