Cuento Ilustrado: La cicatriz
La puerta del baño no abre. La cadena del inodoro también se trancó. Es una cascada perpetua que no para de retumbar. Sonia llora del lado de adentro, bajo la ducha, pero ni ella se oye entre tanta agua derramada.
Tiene nueve años y el demonio, del otro lado de la puerta, sólo cinco. Como no hay mayor fortaleza que la de la incomprensión, el demonio no comprende bien, pero siente que con todas sus fuerzas debe acabar con ella, eliminarla.
A Sonia se le hace difÃcil detener el llanto y sus lágrimas rehumectan (como si hiciera falta) los puntos de una interminable cicatriz. Le recorre el pecho y la espalda formando una circunferencia casi perfecta. Nace dos centÃmetros por debajo de la primera costilla izquierda, y da toda la vuelta, en sentido contrario a las agujas del reloj, hasta terminar dos o tres centÃmetros por debajo de la costilla derecha.
Ella, que tiene el mejor promedio de su grado, ya entiende que es una sobreviviente, que la operación fue casi milagrosa, que ni los médicos eran tan optimistas, que la visita de la madre a la Virgen tuvo algo que ver. Lo ha escuchado todo una y mil veces, lo ha aceptado y quiere seguir adelante. Lo que no entiende es como el demonio puede aguantar afuera, tanto tiempo con el odio intacto.
Ãl tiene una sola cosa en la cabeza y una llave inglesa en la mano, que a duras penas puede levantar. Cuando se cansa la apoya contra la pared, pero su furia es persistente y maciza. También, aunque sólo tenga cuatro años, sabe algunas cosas. Por ejemplo, que los soldaditos de plomo no hacen efecto. Sonia corre muy rápido y él no tiene punterÃa. Entendió también que de noche no puede hacer nada, porque ella no le tiene miedo a la oscuridad y él sÃ.
Y aprendió lo más importante: como se penan los fracasos. La mano pesada, el puño peludo, la voz gruesa de un padre de brazos más gruesos que su gruesa voz repitiendo, casi oligofrénicamente, mientras castiga, ¿No te das cuenta que tu hermana es enfermita? Lo que el demonio no entiende es por qué, si es tan enfermita, tarda tanto en morir.
Dicen que cada vez que evocamos un hecho, se va descascarando el recuerdo. Se deteriora hasta perder su carga de realidad. Pasaron más de cuarenta años y yo opino lo contrario. Mientras la espero sentado en el bar de un shopping sobrepoblado, pienso en todo lo que alguna vez hice de chico: tal vez fue una especie de amor mal dirigido. Ahà viene, quizás hoy le pregunte como lo recuerda ella.