FilosofÃa: Autoconciencia y dialéctica señor-siervo
" ... Y Robinson Crusoe decidió viajar hasta el paÃs de Viernes". Daniel Defoe
La dialéctica del señor y el esclavo constituye, sin duda, el episodio más dramático y apasionante de la FenomenologÃa del EspÃritu. Con esta metáfora que podrÃamos equiparar, por su efecto al menos, con los mitos empleados por Platón o las parábolas bÃblicas, Hegel plantea magistralmente el desenvolvimiento progresivo e histórico de la conciencia. Este motivo no menos literario que filosófico representa el papel cumplido por la autoconciencia en la constitución de la persona.
El hombre responsable de su realidad y su dignidad humana enfrenta el deseo, afán de que el "otro" lo reconozca. Si lo propio del animal es apetecer entes naturales que come y destruye, lo esencial en el hombre es poseer conciencia, que es deseo, conciencia de interioridad. Esta autoconciencia se proyecta fatalmente hacia afuera, va en busca del otro.
La autoconciencia tiene este doble sentido, primero es en sÃ, luego es para sÃ. No termina de ser hasta que no es reconocida, su unidad puede ser no advertida, necesita certificarse.
Se expresa está duplicidad en el tiempo, al ser dos momentos, y en el espacio, pues genera un desdoblamiento, al salirse hacia afuera.
"Para la autoconciencia hay otra autoconciencia; ésta se presenta fuera de sÃ" esta cita se puede entender mejor si recordamos la explicación que hace Hegel, sobre la creación del mundo y de Dios, suceso por el cual Dios se arroja para crear todo, de este modo se niega a sà mismo.
Este desarrollo no termina en dos momentos, sino que su realización se despliega hacia la infinitud, pues la naturaleza de la autoconciencia es sustancia.
La autoconciencia se duplica en un proceso dialéctico, por necesidad requiere de una autoconciencia puesta fuera de sÃ, lo que representa el primer momento, para poder reconocerse y asà "se ve a sà misma en el otro".Â
Una vez realizada esta fase continua el desarrollo superador. "Tiende a vencer a la otra sustancia independiente" aquà vemos el continuo devenir heracliteáno, el eterno retorno a sà mismo.
Es un perpetuo salirse de sà mismo para regresar, a través de lo duplicado (lo otro), a sà mismo.
Hegel encuentra en esto el movimiento de la autoconciencia el cual tiene un doble hacer, un hacer indivisible entre "un hacer de lo uno como de lo otro".
Este pensamiento que se presenta como un juego de fuerzas contrarias (cada lado se muestra como negación de "la conciencia igual a sà misma") se da en la conciencia, como elemento medio entre opuestos determinantes de la conciencia. Por eso la conciencia en si es lo inmediatamente indeterminado.
Desde la perspectiva de los extremos, el otro (extremo opuesto a él) representa el término medio, sin toparse por el camino con la conciencia: "Cada extremo es para el otro el término medio a través del cual es mediado y unido consigo mismo". Hegel insiste en aclarar que cada uno es en sà y para sÃ.
La duplicidad exige una diferencia fundamental aunque solo valorada estáticamente puesto que el continuo devenir del ser hace que recorra los dos momentos y, por lo tanto, adopte Ãntegramente la diferencia. Ãsta es: una, lo reconocido; dos, lo que reconoce. La dialéctica del señor y el siervo representa respectivamente al reconocido y el reconocedor.
El señor, que es conciencia para sà y es, a la vez, "ser para sà que sólo es para sà por medio de otro", el esclavo. El señor, pues, domina al esclavo y, mediante el esclavo, también domina la naturaleza, el ser independiente. El esclavo al dominar directamente la naturaleza acabará emancipándose del señor y acabará dominándolo. El señor tiende irremediablemente a un final fatal pues al haber perdido contacto con la realidad dependerá del trabajo del esclavo (proceso que culminará después de una larga evolución histórica)".
La dialéctica del señor y el siervo constituye, a mi entender, una construcción metafórica que alcanza el rango de un mito filosófico moderno. Unamuno recomendaba leer la Fenomenológica del EspÃritu como una "Novela metafÃsica". Se trata de una paradójica épica del reconocimiento y la inclusión, del relato de cómo cada conciencia pretende reconocerse sometiendo a otra y haciéndole acatar su superioridad. La genialidad de esta metáfora radica en la fecundidad de sentidos latentes que ha seducido a una posteridad de filósofos, psicólogos y literatos que no han agotado aun su riqueza. Marx, Nietzsche, Heidegger, Adler y Lacan, entre otros, han sentido la influencia de este mito filosófico moderno.